19 de marzo de 2013

Profecía autocumplida



Una profecía autocumplida, o también llamada  Efecto Pigmalión”, es una idea que se activa en nuestra mente que nos lleva a comportarnos como si fuera real, teniendo como consecuencia resultados reales

Pongamos como ejemplo a Juan, el cual no conoce de nada a Sara, y un amigo común le habla a ella de él. Dice que es una persona encantadora, simpática y alguien en quien se puede confiar. Inmediatamente, la imagen mental que se crea es “Juan es buena persona”. 

Imagina que poco tiempo después coinciden y son presentados. La idea que Sara tiene acerca de cómo es Juan probablemente hará que se comporte de manera amistosa, que sonría y hable con más cercanía que si no supiera nada de Juan. Casi con total seguridad, él (que tampoco la conocía) responderá de una manera similar, confirmando de esta forma que es una persona agradable, tal y como le habían informado.

Ahora supongamos el caso contrario. Alguien le dice que es una persona antipática y poco leal con los amigos. En el momento en que los presenten, seguramente Sara actuará poniendo un poco de distancia. Ante un encuentro frío,  la misma persona de antes responderá más distante y quizá no tan agradable como en el primer caso. Tras la interacción, Sara confirmará sus expectativas y pensará que Juan en realidad es antipatico.


Hay que ser consciente de que muchas veces actuamos según la idea que nos hemos formado, incluso aunque sea falsa (como hemos podido comprobar en el ejemplo anterior). Por esta razón debemos identificar esas creencias y valorar si ciertamente son infundadas. Cuando nos referimos a los niños, decirles constantemente que son malos conlleva a que activen esa idea en su cabeza, y tiene como consecuencia que se comporten según esa creencia establecida. Es positivo hacerles creer que son capaces de conseguir lo que se propongan. En los adultos, el pensar "no valgo para nada", o "nadie me quiere" son ejemplos del efecto pigmalión que terminan por autocumplirse, convirtiéndose en verdad.

13 de marzo de 2013

Perfección



Desde hace algunos años la obsesión por la búsqueda de la perfección, creada en parte por los medios de comunicación, nos ha llevado a dar prioridad a la imagen que proyectamos. Nos han enseñado que para gustar, hemos de ser los más esbeltos, los más inteligentes, los que más destacan.
Para algunos el más mínimo error supone un problema tan grande que hace que se venga abajo esa imagen que tanto esfuerzo ha costado crear. Una imperfección en la cara o una nota más baja de lo normal puede producir un efecto devastador en el ánimo y en la autoestima.

Pero, ¿está tan valorada en realidad la perfección

Existe un experimento de Aronson, Willerman y Floyd que demuestra que no es necesariamente así. A una serie de personas se les hacía escuchar cuatro grabaciones distintas protagonizadas por un entrevistador que hacía una serie de preguntas de elevada dificultad y un estudiante universitario que las contestaba. Al terminar de escuchar las cuatro grabaciones, las personas deberían valorar la impresión que les había causado cada uno, el grado de amabilidad, etc.
En una de las grabaciones, el estudiante entrevistado contestaba a un 92% de las preguntas bien, además afirmaba modestamente ser el primero de la clase y miembro del equipo de atletismo. En la segunda grabación, se podía escuchar a alguien con el mismo grado de competencia (de hecho, era el mismo actor) con la diferencia de que durante la grabación se le escuchaba cómo se derramaba sin querer una taza de café encima del traje nuevo. En la tercera, únicamente contestaba bien al 30% de las preguntas. Por último, se escuchó cómo se derramaba una taza de café encima, alguien con un nivel similar al de la grabación anterior.
El resultado puso de manifiesto que, la persona que resultaba más atractiva era aquella que con un alto nivel de competencia cometía la torpeza de derramarse la taza de café.

Una persona demasiado perfecta puede ser interpretada como inabordable, distante, incluso puede hacer que los demás se sientan incómodos a su lado. Está bien querer mejorar y ser bueno en lo que haces, sin embargo no hay que obsesionarse. Debemos aprender a tomar las imperfecciones como algo natural, incluso como necesarias para ser realmente PERFECTOS.