Una
profecía autocumplida, o también llamada
“Efecto Pigmalión”, es una idea que se activa en nuestra mente que nos
lleva a comportarnos como si fuera real, teniendo como consecuencia resultados
reales.
Pongamos
como ejemplo a Juan, el cual no conoce de nada a Sara, y un amigo común le
habla a ella de él. Dice que es una persona encantadora, simpática y alguien en
quien se puede confiar. Inmediatamente, la imagen mental que se crea es “Juan
es buena persona”.
Imagina
que poco tiempo después coinciden y son presentados. La idea que Sara tiene
acerca de cómo es Juan probablemente hará que se comporte de manera amistosa,
que sonría y hable con más cercanía que si no supiera nada de Juan. Casi con
total seguridad, él (que tampoco la conocía) responderá de una manera similar,
confirmando de esta forma que es una persona agradable, tal y como le habían
informado.
Ahora
supongamos el caso contrario. Alguien le dice que es una persona antipática y
poco leal con los amigos. En el momento en que los presenten, seguramente Sara
actuará poniendo un poco de distancia. Ante un encuentro frío, la misma persona de antes responderá más
distante y quizá no tan agradable como en el primer caso. Tras la interacción, Sara confirmará sus expectativas y pensará que Juan en realidad es antipatico.
Hay que ser consciente de que muchas veces actuamos según la idea que nos hemos formado, incluso aunque sea falsa (como hemos podido comprobar en el ejemplo anterior). Por esta razón debemos identificar esas creencias y valorar si ciertamente son infundadas. Cuando nos referimos a los niños, decirles constantemente que son malos conlleva a que activen esa idea en su cabeza, y tiene como consecuencia que se comporten según esa creencia establecida. Es positivo hacerles creer que son capaces de conseguir lo que se propongan. En los adultos, el pensar "no valgo para nada", o "nadie me quiere" son ejemplos del efecto pigmalión que terminan por autocumplirse, convirtiéndose en verdad.
Hay que ser consciente de que muchas veces actuamos según la idea que nos hemos formado, incluso aunque sea falsa (como hemos podido comprobar en el ejemplo anterior). Por esta razón debemos identificar esas creencias y valorar si ciertamente son infundadas. Cuando nos referimos a los niños, decirles constantemente que son malos conlleva a que activen esa idea en su cabeza, y tiene como consecuencia que se comporten según esa creencia establecida. Es positivo hacerles creer que son capaces de conseguir lo que se propongan. En los adultos, el pensar "no valgo para nada", o "nadie me quiere" son ejemplos del efecto pigmalión que terminan por autocumplirse, convirtiéndose en verdad.