Desde hace algunos años la obsesión por la búsqueda de la
perfección, creada en parte por los medios de comunicación, nos ha llevado a
dar prioridad a la imagen que proyectamos. Nos han enseñado que para gustar,
hemos de ser los más esbeltos, los más inteligentes, los que más destacan.
Para algunos el más mínimo error supone un problema tan
grande que hace que se venga abajo esa imagen que tanto esfuerzo ha costado
crear. Una imperfección en la cara o una nota más baja de lo normal puede
producir un efecto devastador en el ánimo y en la autoestima.
Pero, ¿está tan valorada en realidad la perfección?
Existe un experimento de Aronson, Willerman y Floyd que
demuestra que no es necesariamente así. A una serie de personas se les hacía
escuchar cuatro grabaciones distintas protagonizadas por un entrevistador que
hacía una serie de preguntas de elevada dificultad y un estudiante
universitario que las contestaba. Al terminar de escuchar las cuatro
grabaciones, las personas deberían valorar la impresión que les había causado
cada uno, el grado de amabilidad, etc.
En una de las grabaciones, el estudiante entrevistado
contestaba a un 92% de las preguntas bien, además afirmaba modestamente ser el
primero de la clase y miembro del equipo de atletismo. En la segunda grabación,
se podía escuchar a alguien con el mismo grado de competencia (de hecho, era el
mismo actor) con la diferencia de que durante la grabación se le escuchaba cómo
se derramaba sin querer una taza de café encima del traje nuevo. En la tercera,
únicamente contestaba bien al 30% de las preguntas. Por último, se escuchó cómo
se derramaba una taza de café encima, alguien con un nivel similar al de la
grabación anterior.
El resultado puso de manifiesto que, la persona que
resultaba más atractiva era aquella que con un alto nivel de competencia
cometía la torpeza de derramarse la taza de café.
Una persona demasiado perfecta puede ser interpretada como
inabordable, distante, incluso puede hacer que los demás se sientan incómodos a
su lado. Está bien querer mejorar y ser bueno en lo que haces, sin embargo no
hay que obsesionarse. Debemos aprender a tomar las imperfecciones como algo
natural, incluso como necesarias para ser realmente PERFECTOS.
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